Renacer

El Confesionario de Rasputín / Por: Francisco Rubén Chávez Osorio

Era una tradición que los estudiantes que pasaban del bachillerato al propedéutico (curso que se realizaba en los ochentas antes de ingresar al nivel superior o profesional) y para el caso los estudiantes que pasaban de los seminarios menores al mayor (para estudiar filosofía), que cabe mencionar, en aquellos tiempos no existían los seminarios mayores en cada diócesis del estado de Veracruz; sino que existía el llamado Seminario Regional ubicado en Teziutlán, Puebla, a donde se dirigían aquella mañana del 17 de mayo de 1984, estudiantes del seminario menor San José quienes acompañados de los seminaristas de la diócesis de Coatzacoalcos abordaron aquel viejo pero fuerte autobús escolar marca Ford, donde Don Beto, quien fue el chofer por muchos años al servicio del seminario los recibía con gusto.

 

El camino tuvo una parada en el seminario menor de Xalapa, en donde también se integraron otros jóvenes para salir ya rumbo a Teziutlán, donde ya éramos esperados por los seminaristas de las diócesis de Tuxpan y Papantla, para llevar a cabo la anhelada convivencia.

 

Una escala en la comunidad de Cerro de León, en Villa Aldama, dio margen a tomarnos una fotografía grupal, como parte de esa emoción que incorpora un ambiente de alegría y gozo por la vida, una fotografía que quedaría para la historia como un último recuerdo…

 

Minutos más adelante y a unos 16 kilómetros de distancia recorrida, justo antes de entrar a Altotonga, el autobús se quedó sin frenos…era como una escena de película. Una pronunciada bajada, en donde al final había una caída como una especie de “s”, con un barranco de acaso unos 20 metros, Don Beto intentó frenar una y otra vez, los intentos fueron vanos e intentó frenar con motor, a continuación vino aquel sonido que fue más bien un tronido de la caja que hasta se cimbro el autobús… era fácil imaginar el final, vino un silencio y las miradas entre todos nosotros fue casi un mensaje de despedida, no triste, no amarga, simplemente de esperar el momento y a la vez una expresión no hablada, un mensaje como diciendo “muchachos ha sido un gran gusto coincidir”.

 

Al final de la bajada y aun queriendo retomar el control el autobús, cayó recostado sobre su lado derecho, los objetos de los portabultos caían por

 

doquier, el ruido de la lamina friccionado sobre al carretera y las chispas provocaban que la mente volara…”vamos a incendiarnos o explotar”, mientras el autobús continuaba arrastrándose hasta el momento que giró sobre su eje de tal suerte que quedó completamente en sentido contrario de como íbamos circulando y de inmediato caer hacia el fondo del barranco; la fuerte lamina del autobús tronaba con fuerza, en el interior tubos y laminas eventualmente chocaban causando chispas, y la imaginación nuevamente diciendo “vamos a explotar”, los vidrios de las ventanas tronaban como explotando…y ahora el pensamiento era, los vidrios me están atravesando, y a continuación la tierra que entraba en medio de esas vueltas dentro del autobús que inclinaba el pensar a un “vamos a morir sepultados”…imágenes mezcladas y confusas, ruidos y el sentir golpes por diferentes partes del cuerpo…hasta que todo terminó allá debajo de aquel terreno…

 

Cuando pude ver la luz de un hueco sobre mi derecha y prácticamente sobre mi cabeza era el hueco de una ventana del lado derecho del autobús, mis piernas estaban enterradas casi hasta el nivel de las rodillas, en aquel momento creí que yo era el único sobreviviente y como pude me salí de la tierra y empecé a salir del autobús, ahí casi saliendo el ahora sacerdote Chucho Palma me gritó “Tolome ayúdame”, el prácticamente estaba colgando su cuerpo de fuera del autobús y sostenido solo por su pie…ahorita regreso a ayudarlos le dije, porque sentía que me desmayaba, mis fuerzas me abandonaban de inicio…y sí, rogué, le pedí a Dios que me diera fuerzas para poder ayudar a los demás; cuando iba subiendo prácticamente como a gatas trepando ese barranco pude ver a varios seminaristas tirados por un lado y otro, cuando al fin pude llegar arriba vi a un par de familias quienes supongo nos vieron caer, les dije ayúdennos; pero estaban en shock, prácticamente paralizados, estupefactos, me incorporé e hice señales a varios autos que iban pasando para que nos ayudaran, afortunadamente no solo vehículos que pasaban; del otro lado del barranco, la gente ya había empezado a bajar, fue un movimiento constante, volví a bajar un poco más repuesto, pero con la idea de que quizá me había quebrado unas costillas por el dolor que sentía del lado derecho, en un momento el hoy también padre Aurelio Mojica y Chucho Torres cargaban a unos compañeros y los procuraban poner de alguna manera en posición de seguridad, a nuestro entender y solo eso, nosotros nos teníamos cursos de primeros auxilios o algo similar, a Silvino González Alfaro de Casas Tamsa lo pusieron cerca de mí, y yo solo atinaba a darle palabras de ánimo e incluso la petición de un “no te vayas, aguanta”…

 

Todos nos movíamos tratando de ayudar y apoyar a nuestros demás amigos y compañeros, los de Xalapa, los de la zona de los Tuxtlas y Coatzacoalcos; un momento tremendo fue cuando varios de ellos por ejemplo preguntaban por el padre Rolando, quien falleció en el lugar y algunos de ellos no lo reconocían.

 

No recuerdo ahora los nombres de los otros seminaristas de la diócesis de Xalapa quienes también fallecieron ese día.

 

Subíamos, bajamos, íbamos de un lado a otro, teníamos acaso 17 años en promedio…era instinto de supervivencia a flor de piel, la fuerza que imprime una fe en un Dios todo poderoso, la colaboración fraterna.

 

5 fallecidos ese día, otros más con el tiempo y a consecuencia de las lesiones y daños ocasionados por el accidente: desviaciones de columna, fracturas, vidrios insertados, politraumatismos, etc.

 

Varios de los seminaristas y sacerdotes que ya esperaban en Teziutlán, se fueron a Altotonga en donde muchas personas de manera solidaria y generosa se habían sumado a la ayuda humanitaria.

 

Seguramente nunca sabré todos los nombres de las personas que nos brindaron ayuda y apoyo solidario, tanto de los pobladores como de todas las demás personas que nos brindaron esa ayuda tan valiosa en esos momentos tan cruciales.

 

39 años hace ya de aquel suceso que marcó para siempre las vidas de quienes lo vivimos. Hoy en día, varios de ellos son sacerdotes, maestros, psicólogos, etc., viviendo esa segunda oportunidad que nos fue otorgada.

 

Elevo una oración por todos quienes ya se nos adelantaron. Mi gratitud y bendición para todas esas personas de buena fe que nos auxiliaron durante la emergencia y después de ella.

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